domingo, 28 de noviembre de 2010

"Agrios y dulces momentos" de Nilaia

Veía pasar a María,
de camino a la vida que él le
daba día a día.
Su ropa llena de rosas,
y en su alma las espinas.
En su cara el color,
en su fondo el dolor
escondido en las esquinas.

Sintiendo el amor aun dentro,
y en verdad es solo instrumento,
es la justificación para el perdón.
La dueña de un reino,
esclava de su propio infierno,
sin llegar a comprender que es mentira,
que no la quiere el que maltrata y castiga.

El miedo se acostara en su cama,
otra vez volverá a despertar el perdón vestido 

del que dirán y así
día a día sé ira muriendo la dama,
y quedaran los golpes que nunca se irán.
Un día llegaran las alas,
quizás las alas de la huida,
o en el peor de los casos las rosas,
rosas sangrando de vida.





Poema escrito por Nilaia

jueves, 18 de noviembre de 2010

Miguel Hernández - Vuelo

Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.

Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otros como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás.  El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de batirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.


(MIGUEL HERNÁNDEZ)